Demasiadas personas creen aún, en esta segunda década del siglo XXI, que
los textos literarios elaborados para niños deben contener enjambres de
diminutivos que, como bebés en un gran salón, impregnen los escritos de ternura
rosa o azul cielo.
Consideran que sin una sobredosis de ellos tales textos no son
atractivos para el público infantil.
Afortunadamente, hoy día, las obras sofocadas por aglomeraciones de
diminutivos han perdido peso en las principales editoriales en español –aunque
de vez en cuando salen algunas–, pero se siguen publicando por cuenta de los
autores o por pequeños editores privados.
La obstinación en torno al abuso del diminutivo por quienes pretenden
escribir para niños o jóvenes ya casi no se percibe en las secciones de obras
para niños y jóvenes en librerías y bibliotecas. En éstas ahora abundan los
libros repletos de ilustraciones, incluso cuando las mismas no son necesarias.
Pero el exceso de diminutivos en los textos todavía se percibe en las
siguientes ocasiones: cuando se es lector de alguna editorial; si se es jurado
en concursos de la especialidad, tanto nacionales como internacionales; al
impartir algún taller sobre literatura destinada a infantes y adolescentes; al
visitar blogs, páginas webs o foros virtuales dedicados a este tipo de
literatura.
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