domingo, 20 de junio de 2010

La visita del padre



Todos los jueves el claxon del auto del padre suena frente a la casa y el niño sale corriendo, condicionado por tal estímulo. Al principio, la corneta era común y apenas si se diferenciaba de cualquier otra sumergida en el tránsito de una cuadra cada vez más concurrida. Pero con el tiempo, cambió a un singular sonido, mezcla entre un mugido y el aviso de un submarino en inmersión, tal como el de Viaje al fondo del Mar. El llamado, así, es inexorable.

La visita del padre es esa. Simple y efectiva. Frente a la casa, a veces por un rato. Y ante la insistencia del niño, hacia el recorrido a los sitios frecuentes, en otras ocasiones: El restaurante donde suelen cenar, el parque lleno de matorrales donde se puede correr si la tarde no se ha puesto, el recorrido por avenidas y calles, libertad pura. Un helado. En ocasiones, la espera ansiosa, mientras el padre termina una partida de naipes. De ello dependerá su humor y el alargamiento del paseo citadino.

Pero antes de todo eso, el deber de los jueves era la visita a la quincalla librería Gótica, donde el niño de la casa surtía su imaginación con las historias más diversas de Editorial Novarro: Superman, Batman, Aquamán, la Zorra y el Cuervo, los personajes de Walt Disney, Rico Mac Pato, Ciro Peraloca, Pedro el Malo, Hugo, Paco y Luis y hasta uno que otro volumen de Vidas Ejemplares, si no ha llegado nada nuevo. El padre no pone objeciones, por el contrario se le ve satisfecho, porque sabe que el niño así aprendió a leer, a fuer de interpretar imágenes y letras.

Con estos pertrechos el niño puede, además, esperar que el padre termine su diversión con las cartas que van y vienen y los billetes que corren de uno a otro de los presentes. En la antesala del Club Social es imposible no darse cuenta de esos movimientos, de los gritos e improperios ante la pérdida de partidas, hechos que no lucen tan divertidos como lo que dicen los personajes de las historietas.

El niño también recuerda lo que afirmaba el padre. Un día, en esos afanes de interpretación de imágenes, le encontró sentido a las letras unidas. Y el descubrimiento le maravilló tanto que terminó de perdonar, para siempre, las largas esperas en la antesala de juegos de Peña.

El sonido del claxon desde entonces fue un llamado a la lectura que el niño inventó un jueves en la tarde.


1 comentario:

Elizabeth dijo...

Hermoso relato que transmite la efectividad y afectividad que puede tener la relación entre un padre y su hijo en pequeños detalles como el sonido de un claxon...