La poesía de Robert Lee Frost (1874-1963) se caracteriza por lo que
podríamos llamar su grafismo. Cada poema es una descripción de la naturaleza a
través de alguna acción, algún detalle, alguna consecuencia de su ser y de su
devenir.
Lo natural, el campo de Nueva Inglaterra, donde vivió y creó gran parte
de su obra, es un elemento que trasciende lo puramente ornamental o
circunstancial para constituir un ente vivo que puede enseñar al ser humano el
sentido profundo de la existencia, de sus ciclos, de su fuerza, del destino, en
ocasiones cruel, pero que no deja por fuera la posibilidad, la esperanza como
un tono vital.
La sencillez de sus planteamientos, su estilo directo, sus expresiones
llanas, no obstante, encierran profundos significados. El sustrato filosófico
de su poesía entraña una correspondencia entre lo natural y humano, donde se
vislumbran la dependencia del medio ambiente, la eternidad de los ciclos y las
enseñanzas que los pequeños eventos encierran y que permiten explicar
silenciosamente los acontecimientos humanos.
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