domingo, 13 de junio de 2010

Paseo a un exilio cercano


La casa es un universo para explorar. Un universo gris y tenebroso. El niño ha visto algunas calaveras en viejos arcones y huesos de verdaderos muertos en escaparates que nadie se atreve a abrir. Sólo él, en sus juegos de soledad.

Cualquier salida al espacio exterior, entonces, el niño la celebra como un descanso de su destino de explorador o misionero en el laberinto de la casa. Aunque discierne que no toda salida es un verdadero escape, ni significa el alivio a la atadura de esa casa.

Los paseos con la madre suelen ser cortos. Y por lo general sin la gracia del especial interés. Generalmente para la asistencia a una misa. Las compras en el mercado. El disfrute de un tomate, o alguna otra fruta. Del resto, las salidas de la madre le están vedadas.

El niño, por eso, disfruta de dos paseos en particular. Las idas a Los Altos, y el viaje a través de la ciudad con Ita hasta el Este.

Ita es el corazón del niño de la casa. Cuando ella aparece con el sol de la mañana, el niño sabe que el día será maravilloso. Excepto si es día de vacuna. Pero cuando sale con ella al extremo de la ciudad, disfruta cada instante como una vida completa. Cuando espera en la parada el autobús. Cuando se monta en el autobús. Cuando pasa por debajo del torniquete. Cuando le toca la ventanilla y detalla cada suceso cotidiano de la calle como un hecho noticioso. Cuando ve los ojos llenos de amor de Ita, que siempre le acompañarán.

En el extremo Este, en un pequeño edificio, situado en la transversal de una avenida principal, extensa, ancha, gigantesca con mucho sol y nubes blancas, vive exilada la hermana de Ita, Josefina, madrina del niño de la casa.

Las razones de ese alejamiento no las quiere comprender el niño. Puesto que Josefina se ha casado con un amable hombre divorciado y eso no le parece causa de tal distanciamiento, de esa conjura y casi maldición, propia del mandato faraónico, que vio en los Diez Mandamientos: bórrese su nombre de los templos, de las estelas, de los obeliscos, de todos los monumentos y los papiros, olvídense de ella y de donde vive.

Aunque el tío padrino del niño de la casa y sus otros tíos, incluyendo al padre de Ita y Josefina, y el abuelo, no se parecían al viejo faraón que exiló a Moisés, juzgaron igualmente imperdonable semejante falta de formalidad y exceso de amor.

Las hermanas se apoyan en todos sus contratiempos, los que el niño conoce y los que gobierna el silencio. Ita y el niño no olvidaban la dirección de Josefina, aunque lo mandara el propio faraón. Sólo esa triste nube empañaba la alegría de la salida con Ita hacia el lejano Este.

1 comentario:

Elizabeth dijo...

Todo niño necesita el apoyo y el amor de una madre, ese calor y esa ternura que le brindarán felicidad y seguridad, tan necesarios en la infancia. Ita no es la madre del niño de la casa, pero se comporta como tal... ¿cierto?
Hermoso relato...