domingo, 6 de junio de 2010

Genio 1


El Genio estaba encerrado en una lámpara de gas butano. Específicamente se aposentaba inquieto en la botella, cilindro o bombona contentiva del hidrocarburo inflamable y dador de luz. Ello debido a la mala jugada que le hizo su predecesor, quien se encuentra libre si aún sobrevive estos tiempos. Su posición es bastante incómoda, sobre todo por el fuerte olor a gas que persiste dentro de ese cilindro vacío. Aunque ya su substancia es distinta a la de todo mortal, aún sufre de ciertas debilidades como la de imaginar olfativamente el aroma nada agradable de ese oscuro sitio donde espera la eternidad, el llenado de la bombona o el desguace en una industria aprovechadora de metales.

Se quejó en esa larga noche que la vida de Genio no era nada cómoda. Que sus enormes poderes no le servían para librarse a sí mismo de nada. Que sus tres deseos o su único deseo de gloria y poder lo condujo hasta allí. Por supuesto, no dejó de pensar que desear era un obstáculo para la vida. Él seguía deseando que alguien lo sacara y pudiese cumplirle tres deseos y verse libre. Más aún, siendo su prisión tan contemporánea, las probabilidades de ese evento eran altas. Le parecía más bien extraño que aún no se hubiese producido ese rescate. Pero no tenía forma de conocer cuánto tiempo había pasado desde que estaba encerrado allí. En dos oportunidades trató de encender fuego para orientarse con un almanaque, pero después de sordas explosiones se dio cuenta de lo inútil de su gesto, porque de todas formas nada cambiaría su encierro, no estaba allí por un lapso definido, sino a perpetuidad o hasta que lo liberaran.

Atento siempre a las señales del exterior, nunca estas variaban. Creyó, de esa manera, que a lo mejor estaría enterrado. La lámpara a lo mejor yacía en el fondo de una cueva o en una fosa. Apenas el paso de las lombrices detectaba a través del corroído metal.

Era posible que estuviese enterrado, sí. Eso terminó creyendo. Pero debía asumir la personalidad de un genio, de una vez y dejarse de preocupaciones estériles. Alguien vendría, así fuese en siglos futuros, y lo libraría de ese encierro.

Ya casi no se acordaba de lo que hacía antes de estar allí en esa oscuridad. En ocasiones no quería recordarlo siquiera. Pero era inevitable. Ni a los genios les está permitido olvidar del todo. Más aún siendo prácticamente inmortales inútiles durante la mayor parte del tiempo.

Cuando estaba de buen ánimo veía como en una película cómo había llegado de camping hasta esa montaña. Cómo, al tratar de montar la carpa en su retiro voluntario para descansar de su trabajo de burócrata, se encontró que no tenía las instrucciones de esa vivienda portátil. Y entonces buscó la cueva, poniendo la carpa como cortina al frente de la entrada. Allí vio de nuevo que acomodándose para dormir en su sleeping bag, se tropezó con aquella extraña cosa, una lámpara antigua de cerámica. La detalló bien, alumbrándose con su lámpara de butano –la había preferido por tener mayor duración que las de batería– tenía arabescos que no lograba descifrar. Entonces la manipuló y el Genio que le precedió apareció entre fumarolas y alientos del pasado riéndose como si aquello fuese un chiste.

Y no era para menos. El predecesor le contó, a ruego de él mismo, que había estado allí al menos doscientos años desde que unos chinos lo ocultaron en esa cueva por temor a maldiciones indecibles. Nunca ellos se habían atrevido a sacarlo. Fue a parar a manos de ellos como una mercadería traída por piratas que tomaron cautivo un barco cargado de valiosas piezas venidas del medio oriente. La lámpara se la dieron a los compradores del lote de mercaderías sin costo alguno dado el carácter misterioso de la misma. Los chinos tuvieron cuidado de no manipularla. Y terminaron sepultándola en esa cueva. Cómo dio la vuelta al mundo esa lámpara para venir a parar al trópico en mano de unos chinos que huían de una guerra.

Así que esa misma noche, tomado por la codicia Baltasar, como se llamaba anteriormente, le ordenó a su Genio que le concediera todas las comodidades de una suite de lujo para dormir bien en esa cueva. Fue el primer malgasto de poder que hizo. El Genio predecesor se rió mucho. Casi ofensivamente. Y él lo mandó a callar. El Genio, serio le preguntó si ese era su deseo y él en un arranque de impulsividad le dijo que sí. Unos segundos después, ante la seriedad del Genio constató que había gastado su segundo deseo.

Se tomó toda la noche para pensar en qué podía gastar su última oportunidad. Bien arropado, en esa mullida cama, con bebidas y comidas dignas de un magnate de siglos pasados, transcurrió bien su tiempo. Se tomó el resto del fin de semana para pensar su pedimento. Al fin y al cabo estaba muy bien allí.

Llamó entonces al genio el domingo por la tarde. Y le formuló su último deseo. Casi puede decir que era su testamento. Recuerda las palabras exactas que lo perdieron. Genio, quiero tener los poderes que tú tienes para hacer cosas prodigiosas. Creyó que con ello resolvía toda clase de dificultades. Podría procurarse riquezas, salud, bienestar, poder político, todo lo que pudiese aspirar.

En un segundo sintió un mareo y millones de confusas imágenes que pasaban por su mente. De pronto cobró conciencia y tenía puesta la ropa del Genio. Trató de olerla para saber si al menos había sido aseada. No le notó aroma alguno que fuese repulsivo, un antiguo olor a sándalo, tal vez. El Genio, ahora con su ropa civil le explicó. Para tener mis poderes tienes que ser un Genio. Eso deseaste y eso se te cumplió. Yo ya no soy más un genio. Ahora tú lo eres. De la impresión, Baltasar soltó la lámpara de su mano cayendo en mil pedazos en el piso de la cueva venida a menos nuevamente. Ah – bramó el predecesor – esa torpeza tuya te ha dejado a merced de vagar por los bosques sin siquiera tener posibilidades de ser libre nuevamente…–Pensó unos instantes y prosiguió– A menos que…utilices tu propia lámpara. Sentenció con una sonrisa. ¿Una lámpara de butano? Se sorprendió el nuevo Genio con toda la torpeza de la que era capaz. Sí, no hay problema. Allí podrás ser invocado. Así que adentro. Y desde ese instante quedó atrapado en esa pocilga con olor a gas y nada más supo de su predecesor.

Cuántos años pasó allí nunca lo supo. Tan sólo que un día o tal vez una noche escuchó el sordo ruido de una pala que cavaba y daba de lleno con la botella metálica de butano. En pocos instantes sintió el movimiento, a pesar de la incorporeidad que había adquirido.

No pasarían sino minutos cuando la invocación por uso de la lámpara comenzó a funcionar y el Genio que antes había sido llamado Baltasar, se materializó pronunciando las palabras que correspondían a su guión de Genio. Mande usted, amo, sus deseos son órdenes. Le concederé tres des…entonces se dio cuenta que el descubridor había sido su mismo antecesor. Algo más viejo y bronceado.

Extrañado le preguntó por qué había vuelto. Y le dijo que necesitaba su ayuda. Y que por supuesto le iba a solicitar sus deseos. El primero era la restitución de la vieja lámpara de porcelana china en la que había vivido. Explicó que sentía gran nostalgia por el objeto. Enseguida el Genio, complacido se la acercó, con mucho cuidado para no provocar de nuevo un accidente fatal.

El segundo deseo fue bastante extraño. Deseo ser nuevamente Genio. Sorprendido el Genio que se había llamado Baltasar, le concedió su deseo. Pero curiosamente, en esta oportunidad las ropas de ambos eran las de Genios. Y el tercero, preguntó Baltasar. Amigo, como se ve que eres un advenedizo en esta materia de la Genialidad, pues sólo has pasado treinta años en esa bombona de butano. Debes saber que los Genios no formulamos deseos, los cumplimos.

Pero entonces, preguntó desconcertado el Genio que se había llamado Baltasar, yo no te podré conceder el último deseo.

Eso es cierto. Y también que seguirás siendo un Genio el resto de la eternidad pues no concediste la totalidad de los deseos a un mortal.

¿Pero qué ganas con eso?

Compañía. Hubiese preferido una mejor. Pero era la única posible. Eso sí. Cada quien en su lámpara. Y vamos adentro porque ya nada vamos a hacer aquí afuera. Puedes hablarme desde tu lámpara, yo te escucharé. Ah, ya de paso procuré que nadie nos moleste durante cierto tiempo. Sellé la entrada de la cueva.

Vete acostumbrando a la eternidad, amigo. Parte de ella la pasarás cerca de mí, así que no me fastidies.