domingo, 4 de abril de 2010

La tolerancia en tiempos de la ira


El valor de la tolerancia es extraño a nuestro mundo. Sumido en guerras y otros conflictos que sustituyen a las guerras con la misma crueldad, sumido en desigualdades que parecen insalvables, sumido en un caos que parece destruirlo, la tolerancia viene a establecer un punto de equilibrio exacto para evitar la caída total, el derrumbamiento de todo lo que conocemos como nuestro universo humano.

No trataré de conceptualizar sobre lo que es la tolerancia. Tan solo precisaré que esta virtud nos permite existir junto a otros seres que poseen posiciones, ideas, sentimientos y generan acciones diferentes a las nuestras. Nos permite coexistir. La tolerancia se da en un ámbito de diferencias, únicamente. No podemos ser tolerantes si no existe la discrepancia, el desacuerdo, la individualidad, distinta entre todos los seres humanos. O incluso entre los no humanos, los animales. Porque sobre estos últimos el ser humano tiene posiciones tan crueles injustas e intolerantes como consigo mismo. No hay diferencia en el modo en el que, en ocasiones, algunos seres que se dicen humanos tratan a un cetáceo y el modo en el que lidian con otras personas que les son diferentes por raza, posiciones, conductas o creencias. Un ser que se llama humano y se cree inteligente actúa cegado por la irracionalidad. Toda una paradoja.

Los individuos, por definición misma, son diversos y desiguales. La igualdad es un principio de derecho de oportunidades, mas no una característica individual. Hasta los gemelos idénticos desarrollan una personalidad propia y sutiles diferencias que los identifican como seres únicos. De estas diferencias individuales debe partir el sentido profundo del valor de la tolerancia.

Si en cuanto a lo puramente fisiológico y conductual somos distintos, cada uno, a los demás, en el sentido cultural, en el desarrollo de costumbres, creencias, sistema de valores, ideología, es decir, en todo el pensamiento, el sentimiento y las acciones nos diferenciamos más profundamente los unos de otros. Nuestras experiencias han sido diversas y los resultados de ella así nos vuelven múltiples. Ello, lejos de ser algo que nos distancie, debería ser un punto para buscar nutrirnos mutuamente. Pero el primer paso en este crecimiento humano sostenible es respetar las diferencias de la otra persona.

De allí que sólo si respetamos esas diferencias individuales podremos desarrollarnos dentro de nuestras diferencias y llegar a una interrelación profunda y productiva con los demás seres. De lo contrario tenderemos cada vez más al aislamiento, a la desconfianza y a la fragmentación que nos hace imposible aprovechar las experiencias ajenas en nuestro propio desarrollo individual.

Pero ¿cómo comienza la práctica de la tolerancia? Evidentemente que comienza por casa. En el núcleo fundamental de la sociedad se dan patrones que seguiremos a lo largo de nuestras vidas. Allí aprendemos a respetar al hermano, aún cuando tenga diferencias con nosotros. Pero ello no es fácil. Lo natural es el egoísmo más salvaje. La convivencia social en el núcleo familiar nos prepara para ser tolerantes con quien tiene ideas, posiciones o conductas distintas a las nuestras. Pero quienes modelan ese comportamiento son las figuras significativas. Los padres o quienes hagan sus veces. Ellos serán quienes se muestren en coherencia con una actitud tolerante o simplemente excluyentes e intolerantes con lo que no creen es lo correcto.

No es fácil esta enseñanza. Generalmente nos debatimos en conflictos al querer formar normas claras de conducta y al permitir cierta libertad a nuestros hijos o crías. En ocasiones parece que las normas trasuntan más de creencias sin otro fundamento que prejuicios raciales, sociales, culturales o políticos, que en el fondo conforman lo mismo, una actitud de animadversión contra el pensamiento diferente.

En el hogar, en muchas ocasiones, se enseña que la diferencia racial, política religiosa o de pensamiento es una señal para la desconfianza del prójimo. Las mismas religiones, por momentos, se encargan de ahondar este pensamiento de que la idea diferente es señal de error o perdición y debe ser combatida por todos los medios. He aquí el principio de destrucción, no se combaten las ideas con otras ideas o con razonamientos sino con acciones que buscan aniquilar al disidente. Lo primero que surge, al propiciarse esta actitud, es el rechazo y enseguida cierta violencia en contra de quien tiene posiciones diferentes. De allí a las guerras solo hay cuestión de tiempo. La estrechez de pensamiento es pólvora sostenida en la misma mano que alza una antorcha de prejuicios.

Tal vez debamos practicar con nuestros hijos o con quienes criamos, la tolerancia a sus propios criterios, empezando por no reaccionar emocionalmente ofuscados ante una posición distinta de ellos. Es necesario comprender lo que sienten y dicen antes de proceder a execrarlos o a tomar actitudes en su contra. No es fácil a veces el diálogo y el razonamiento. Pero es la única vía para la comprensión mutua y adelantar el valor de la tolerancia.

Esto, tal vez, es lo único que podamos hacer efectivamente por incrementar la tolerancia en el mundo.

1 comentario:

Elizabeth dijo...

Reflexión definitivamente indispensable.
Solamente en medio de la tolerancia se puede convivir....
Excelente!!!