Pretendo la palabra clara, lúcida, reposada y sin disfraz.
Persigo el grial del verso sencillo, aunque lo trabaje
con dedicación de orfebre. Procuro la frase breve y la idea franca. Decir
cuanto quiero, como quiero.
Anhelo comunicación, diálogo, no el monólogo ególatra
de este tiempo. Me niego a mostrarme ininteligible para que me crean
inteligente.
También a atiborrar al lector con elementos que se
fingen poéticos para hacerle creer que detrás de mis poemas se oculta algo
prohibido, sagrado, apartado de los neófitos.
No resigno la belleza y me ofende la palabra mercenaria,
al gusto del consumidor.
Se puede hacer poesía de cara limpia, despojada de
falsedades y fingimientos, de máscaras y afeites, de imposturas y artificios.
El mundo es diáfano y complejo. El verso no tiene
porqué ser retorcido y confuso.
En eso creo.
A. J. S
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