domingo, 2 de mayo de 2010

Paraíso perdido 1


El investigador de misterios dedicó muchos años de su vida a descifrar mapas y a leer libros que hablaban sobre el tema de su pasión. Creía fervientemente en poder encontrar el Paraíso terrenal, perdido en los orígenes mismos de la humanidad por un acto de estulticia en equipo, según sostenía en sus continuas discusiones sobre el tema con otros docentes de la universidad.

En estos tiempos de descreimiento, nadie le presta atención a las señales que nos dan todas las culturas. Existió un sitio donde todo era paz, armonía y vida. Sostenía con fogoso verbo en salones, aulas y tabernas. Pero sus pares en la labor de enseñar, más que descreídos, estaban firmes en la creencia de que Milton –así se llamaba– estaba sufriendo de algún estado de perturbación mental. Y ello se hacía más patente después que había fallecido súbitamente su compañera sentimental de toda la vida, con la que nunca contrajo nupcias por falta de tiempo y por dedicarse con demasiado tesón a la investigación paleográfica en la que ella lo ayudaba con esmero.

Pero Milton le hacía poco caso a sus contertulios. Estaba firme su creencia en la legitimidad de unos hallazgos recientes donde, en un antiquísimo mapa, anterior al siglo XV y a su vez transcripción, según sostenía, de cartas y referencias que se perdían en la mismísima noche de los tiempos, se cifraba el camino de retorno al exacto edén.

Con las claves que había rehecho durante quinquenios de estudio, en lo que su extinta amada le había ayudado, estaba convencido de poder organizar un viaje de descubrimiento a ese lugar de perfección.

Contrariamente a lo que había pensado, según sus últimos cálculos, el Paraíso Terrenal no quedaba entre los ríos mesopotámicos. Incluso en algunas tablillas caldeas bastante misteriosas se había atrevido a leer esa misma afirmación, desestimando las creencias populares sobre ese respecto, tan en boga en otras épocas. También había encontrado que, lejos de coincidir con regiones remotas, de belleza inexplorada, el sitio a que apuntaban sus hallazgos estaban más cercanos de lo que alguna vez creyó.

Organizó la exploración con la suma de sus propios dineros. Nadie arriesgó un centavo en retornar al Paraíso. Pero Milton gustoso lo hacía porque en ese viaje de vuelta había una intención de homenaje a su amada. Era la Eva desaparecida que, a lo mejor, volvía a encontrar en ese sitio. Lo había visto en sueños, era un lugar más allá de la fábula, un lugar real donde se podría nutrir de una extraordinaria energía que le permitiría vivir por siempre, entre otros beneficios.

Se marchó hacia las puertas del Paraíso Terrenal el mismo día de su cumpleaños. Su exploración lo llevó por muchos caminos, algunos totalmente inexplorados, otros conocidos, cercanamente conocidos. Con la ayuda de una decena de empleados llegó, tres meses más tarde, a las puertas del Paraíso. Al verlas cayó de rodillas llorando.

Sacó entonces una herrumbrosa llave. Hizo un ademán a los ayudantes, para que permanecieran a distancia y destrancó la alta puerta.

Cuando penetró en lo que parecía una antigua mansión, todos sus pensamientos encajaron en su sitio y recobró un espíritu, dejado como jirones dispersos en el camino a lo largo de tantos años.

Entraba a la casa de su niñez. Había recobrado su Paraíso.


1 comentario:

Elizabeth dijo...

Hermosísimo relato!!!
A veces nos pasamos la vida buscando el paraíso y resulta que éste se encuentra en la otra esquina...:-)