sábado, 10 de mayo de 2008

Monólogos Apocalípticos II


LA CAÍDA DEL SISTEMA


José Gregorio Bello Porras



¡El sistema se está cayendo! anunció con grandes ademanes el gerente del banco. Lo hizo con el susto retratado en sus ojos de roedor perdido ante el gato o la enorme cola de personas que aguardaba en la puerta de la agencia. Lo reiteró varias veces como para que no quedara duda de su diligencia y de la inoperancia de todo lo demás.

Aunque en el nervioso contexto la frase parecía indicar que el capitalismo se venía abajo como el viejo muro de Berlín, el gerente se refería a otro sistema, al regido por la informática. De todas formas, el pánico cundió en gran cantidad de los presentes. Y surgió la molestia existencial que tales cosas producen. Aunque alguno, gozoso, pensó que si se venía abajo el banco, podría caerle cerca la caja fuerte. Deseaba más, que esta se fragmentara en mil pedazos como de vidrio y arrojara sus caudales de riqueza a sus pies. Otro usuario, complementando el pensamiento del anterior veía caer la caja fuerte sobre la cabeza del codicioso, sucediéndose un doloroso chiste, propio de un inacabable cartoon.

Vamos a ser más precisos –acotó el gerente empeorando la situación– lo que e está cayendo es la plataforma. Todos los usuarios vieron hacia arriba, implorantes, o sin saber qué pensar. Buscaban la precipitación de una plataforma espacial, algunos y otros de una plataforma petrolera. Pero los precios del petróleo seguían una tendencia alcista uniforme que no indicaba que fuese afectada por la caída de la plataforma.

Las palabras, cosas casi inmateriales, tratan de concretarse en formas que se manejan materialmente. Todas las imágenes que utilizamos para referirnos a sucesos y procesos de tipo interior o abstracto, vienen a parar al mundo de las cosas concretas. Las parábolas son cuentos para llegar a generalizaciones oportunas y divertidas.

Lo mismo ocurre con la red y todo lo que la designa. La red es un aparejo para la pesca, para la caza o la guerra. Pero como es un entramado, un tejido, se aplica a eso que no sabemos de qué otra forma llamar. Y todos sus términos utilizan la metáfora o el símil como mecanismo para su determinación. Salvo la escasa creación de neologismos, marcas o siglas, que finalmente se convertirán en nombres de niños –Luís Web Pérez, Dualcore Hernández, por ejemplo– se continúan utilizando las viejas palabras para las nuevas realidades.

La informática vive una dimensión distinta que se expresa en viejas palabras. Como todo. Una dimensión desconocida o tal vez ignorada por la mayoría de quienes la utilizan. Toma cuerpo presente en cualquier acto cotidiano. Quedando fuera, sólo como remota alusión, en parajes regidos únicamente por cierto naturismo o naturalismo, que preconiza el regreso a la vida difícil, orgánica y de trabajo de pasados siglos.

Me tomé unos momentos para pensar en estas situaciones -de la vieja forma, sin consultar en la red- y claramente observé que transitamos por un inviable camino. No sé en qué momento dimos el salto. Creo que hace más tiempo del que recordamos. Y, tal vez, vamos al agotamiento total, a la destrucción.

Pero las alternativas no parecen estar en negar la realidad y tomar parcela, bien por compra o invasión, en una posición de escape. Menos aún si uno no cuenta con nave espacial como facilidad incluida en su cotidianidad.

Veía también, que algunos cultores de esos nuevos paraísos de escape al pasado utilizaban, de vez en cuando y sólo como quien bebe en ocasiones festivas, el Internet para sus negocios, para la compra de semillas y algunas otras transacciones. Muy pocas, eso sí, insistían. Ellos sabían cómo y dónde hacerlo. Es decir, donde hubiese cobertura y funcionasen sus ocultos ordenadores portátiles.

Ellos lo hacen como un sacrificio, mientras sus hijos viven libres de este demonio, de las escuelas, de los libros y de la ropa y de todo lo que significa la civilización actual que tarde o temprano caerá como el sistema de los bancos, como sus pesadas plataformas. Y se llevará por el medio en su estrépito aplastante a todo lo que dependa de ello, incluyendo a los naturalistas a ultranza quienes ya no tendrán razón de ser. Porque todos quedaremos en la misma posición.

La supervivencia hará que entonces ellos vengan a enseñarnos a vivir trabajando la tierra y haciendo trueques hasta que alguien se las ingenie para que los trueques le sean favorables e invente los bancos, las comisiones y el sistema que se cae y retrasa los pagos y engorda los intereses, enflaqueciendo a los animales de cría y a la gente, si no se somete a las nuevas reglas del mercado.

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