Jiménez nació en un puerto. Algo lo condenó a mudar
el cuerpo y el alma a todos los sitios posibles donde el mar se pudiera
expresar. Aprendió su lenguaje contemplando las partidas y los naufragios,
sintiendo cómo la esencia de las cosas se diluía en el salitre que la daba otra
expresión al tiempo y otra hondura a las distancias. Así surgió esta poesía de
palabras de agua, con todas sus leyes y todas sus propiedades, confinada a un
mundo en donde las emociones adquieren una singular dimensión y una forma de
expresión tan sosegada que a veces alcanza la resignación.
Continúe leyendo el prólogo de Navil
Naime a la antología poética de Arnaldo
Jiménez, y el libro completo, siguiendo el siguiente enlace:
Ráfagas de espejos
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