PRESENTACIÓN
En este espacio propondremos temas de conversación relacionados con la escritura, la lectura, los libros, las bibliotecas, el oficio de escribir y todo cuanto tenga que ver con el hecho literario, desde la perspectiva del hacedor de textos (narrador o poeta).
Bienvenido a este lugar (siempre que no seas un comején) y esperamos que tu estancia sea provechosa.
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PÁGINA EN BLANCO
José Gregorio Bello Porras
Uno de los tópicos más celebrados entre los escritores es la página en blanco, porque representa todo y nada a la vez. El sufrimiento de la creación o su gozo. La depresión, el aullido, la excrecencia o la obra maestra incomprendida. Todo ello se elogia y se festeja con igual deleite y angustia. La página en blanco lo promete todo.
Pero no cumple.
Siento comunicarles este secreto. O tal vez no lo siento, sino que me entusiasmo diciéndolo. La página en blanco no existe.
Si es virtual, supongamos, ya contiene todas las posibilidades, todos los borrones y cuentas nuevas factibles. Hermosas manchas que nunca se verán para gozo de amantes de la limpia literatura. La página en blanco desaparece en un instante manchada de ideas y reaparece de inmediato resplandeciente y libre de los temores que todo el tiempo la poseyeron. Y la seguirán poseyendo en el siguiente segundo.
(A veces hasta la aséptica electricidad se encarga de esta selección natural de las palabras, de las ideas, de la limpieza comunicacional. La censura eléctrica arrasa todo en un instante, como el más potente lavaplatos o lava páginas o lava culpas. Me acaba de pasar. Un montón de frases se fueron hasta el limbo de las palabras balbuceantes en un ligerísimo apagón. Para que luego esta página se reconstruya de una sutil forma, un tanto diferente.)
Si es un papel, en nuestra siguiente suposición, el blanco parece ocultar la posibilidad de la nada, de sumergirse en la nada, de babearse ante la nada, de contemplar la nada, como si nada. Pero siempre la mancha de una idea, de una ligerísima imagen, de un pequeñísimo deseo, la condenará al exterminio o al reciclaje en el mejor de los casos.
Cada vez que tomas una página que crees en blanco, tus huellas la impregnan de apetencias sensoriales, te dirás que intelectuales, para verte mejor situado. Pero la mancha original la toca con su encarbonado dedo. La página se transforma por la levadura de tus apetitos ocultos en las circunvoluciones de tus pulpejos y de tus pensamientos en el delicioso cuerpo de una compañera o un compañero ideal, escondid@-o en las profundidades de tus instintos, disfrazad@-o de blanco para la ocasión. Virgen y pronta mártir de tus excesos o carencias.
La página en blanco no existe. Si representa lo no hecho, lo no realizado, pierde su sentido de candor para transformarse en un signo convencional de la aridez, de un ciclo bajo de producción, de la flojera, de la resaca, del sufrimiento existencial o de todas las excusas del mundo para no enfrentar lo que te hace escritor.
Si representa lo que vas a hacer, tampoco es virgen. Es víctima propiciatoria ofrecida a la nada por obra de tus titubeos. La página en blanco es otro signo que delata tus intenciones. Un signo de interrogación, de afirmación o un simple garabato de lo que quieres decir y aún no puedes.
La página en blanco no existe. Por eso no escribo en su inexistente cuerpo.
Lo hago en páginas negras. Con una goma de borrar. Trato de esclarecer esa oscuridad total en la que me encuentro, dando la sensación de poseer alguna luz. Lo hago con torpes movimientos de mis manos y mi entendimiento. Que, por cierto, todavía no sé muy bien qué es.
De repente se dibuja una sombra y de la limpieza del panorama, del borrón de lo oscuro, sin aniquilarlo del todo, sale algo. Una imagen –algarabía- una idea hecha signo para que alguien se entere de lo que, al final, crees pensar tú y sólo piensa ese lector ubicuo sobre el tema propuesto, sobre la historia boceteada, sobre la imagen delineada entre las sombras.
Entonces ves tus manos ennegrecidas y te preguntas para que sirvió todo eso.
Y una ligera sensación, muy sutil, recorre tu cuerpo. La satisfacción. Ya nada importa.
Lo que produzco es una mancha a la que doy sentido y en la que otros pueden encontrar algún sentido, alguna proyección de sus propias luces y oscuridades.
No hay formas precisas. Sólo fondo. Pero al fin y al cabo es ese fondo, el blanco, los grises y el negro, los que se imponen sobre la oscuridad total que era el acertijo inicial, del porvenir del por hacer, de la probabilidad de la escritura.
Nunca la página estuvo en blanco.
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