Arrodillado en el pavimento pasa largos momentos en contemplativa actitud. Es un monje de la calle. Su liturgia de las horas está llena del monóxido como incienso y se solemniza con el órgano de tubos de escape y cláxones de los vehículos que no respetan su oración en plena vía. Su pobreza es la de un anacoreta vestido de harapos, barba y larga cabellera. Sus sandalias son la piel de sus plantas ennegrecidas que le conducen alrededor del templo de la intemperie. Su vaga brevedad es la de un iluminado. La de un relámpago oscuro que se pierde en la noche, tal como llegó.
1 comentario:
Me dio la imagen de un ser silencioso y muy callado. Pudiera ser...
Gracias por compartir.
Un fuerte abrazo.
Publicar un comentario