El duende vio acosado su bosque milenario por los excesos en el crecimiento urbano. Tal cosa lo puso de un mal humor peor que el habitual. Diariamente iba perdiendo hectáreas de su territorio sin poder hacer nada. Así que se propuso continuar sus viejos trabajos, tretas y ardides en el espacio ruin del concreto.
Ya lo de esconder pequeñas cosas a los humanos era un truco ampliamente conocido desde hacía siglos y demasiado manido para el torbellino del presente. Innovar es sobrevivir, se dijo, al terminar de leer un maltrecho libro de autoayuda. Y decidió, entonces, su nueva rama de ocultamientos.
La policía llegó a catalogar su banda como la más efectiva en toda la historia delictiva en el robo de vehículos. Miles de hurtos y desapariciones misteriosas irresolutas componían su prontuario. Los investigadores calculaban en un centenar los miembros de la organización criminal. Pero él trabajaba solo y feliz en la apodada banda del duende.
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